miércoles, diciembre 23, 2009

Dos nuevos libros...




Salieron dos nuevos libros míos: El tamaño del ridículo, publicado por Ediciones Arlequín, y Sensacional de contracultura, por Ediciones Sin Nombre. Pronto estarán en circulación.

Aquí, algunos momentos de la presentación de El tamaño del ridículo en la pasada FIL, con Luis González de Alba, Vanesa Robles, Juan Carlos Núñez y Héctor Villarreal: http://composta.net/culturapirata/?p=1807

Los mayas, el Facebook, Tonatiuh, la FIL

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Los mayas y los gringos

El colapso de la civilización maya, entre los siglos VIII y X, se debió a las constantes guerras entre los principales señores, más preocupados por construirse grandes templos y ofrecer inclementes sacrificios a los dioses que por resolver problemas inaplazables como la deforestación y la erosión, causada por ellos mismos; la dificultad para producir más alimentos para una población en rápido aumento y las prolongadas sequías que acabaron por volver hostil la península de Yucatán y vastas áreas de Centroamérica (Jared Diamond lo explica en Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen). A su llegada, los conquistadores españoles se encontraron con poblaciones dispersas que guardaban una vaga memoria del esplendor de su antigua cultura, que nunca llegó a formar un imperio unificado, como el azteca o el inca. Al contrario de lo que mucha gente cree, los mayas no fueron un pueblo amable y pacífico, pues las guerras entre los príncipes, según Jared, fueron “intensas, crónicas e irresolubles”. Por lo que hace a la astronomía, es cierto que con sus observaciones podían predecir eclipses, pero atribuían este fenómeno a una gran serpiente que devoraba al sol. “No hubo explicación de la naturaleza por la naturaleza misma, base de toda ciencia”, anota Luis González de Alba en su feroz artículo “Al carajo con Frida”.

Sin embargo, no son pocos los que se refieren a los mayas con añoranza y un respeto casi sagrado: “Debemos volver a nuestras antiguas culturas y rescatar su sabiduría”. En www.formarse.com.ar, uno de los muchos sitios que propagan charlatanerías y teorías de conspiraciones, se da cuenta de las “siete profecías mayas”, la primera de las cuales predice el fin del mundo. Si hemos de creer en ella, el 22 de diciembre de 2012 “el sol, al recibir un fuerte rayo sincronizador proveniente del centro de la galaxia, cambiará su polarización y producirá una gigantesca llamarada radiante. Por ello la humanidad deberá estar preparada para atravesar la puerta que nos dejaron los mayas, transformando a la civilización actual basada en el miedo en una vibración mucho más alta de armonía, sólo de manera individual se puede atravesar la puerta que permite evitar el gran cataclismo que sufrirá el planeta para dar comienzo a una nueva era, en un sexto ciclo del sol”. Una de las primeras imágenes de la película 2012, de Roland Emmerich, es la de unos mayas que se suicidaron al pie de una pirámide. Ha llegado el día fatal y las erupciones solares provocan un gran cataclismo que arrasa la superficie terrestre y todo lo que vive sobre ella. Una cinta grandilocuente concebida para aquellos que no tienen reparo en ver una y otra vez los clichés hollywoodenses más sobados. 2012 retoma escenas de otras películas como La aventura del Poseidón, Titanic, La tormenta perfecta, El día después y otras igualmente apocalípticas, con una producción multimillonaria y previsibles efectos especiales que cada vez deslumbran menos. Pero si los furiosos dioses mayas destruyen el mundo, el aún más terrible dios de la Biblia acudirá en auxilio de una pequeña parte de la humanidad, con la bendición del bondadoso y sacrificado presidente negro de Estados Unidos, la riqueza de los magnates rusos y la supertecnología del comunismo neoliberal chino. Embarcados en arcas gigantescas, con todo y parejas del reino animal, los humanos sobrevivientes arribarán a la costa sudafricana para fundar, por fin, la Gran América mundial. Joder.

El Facebook ilustrado

“Ari Volovich es el producto de una endogamia milenaria”, escribe en el estado de su Facebook este israelí-mexicano al que quizá usted ha leído en estas páginas. Tengo la impresión de que la mayoría de los usuarios de Facebook publica cosas que pueden parecernos anodinas, aunque también están los que despliegan ingenio y un talento literario que podría figurar en alguna antología poética o de aforismos. Muchos de los amigos con los que comparto esta red social han encontrado en ella el medio ideal para explorar temas intimistas o desplegar visiones del mundo. No creo equivocarme al concederles un valor más allá de la fugacidad del post cotidiano, de la ocurrencia o de la broma en una tarde ociosa.

Los aforismos de Volovich desatan reflexiones existencialistas. Al que cito al comienzo su hermano Ilán le responde con una contundencia que erizaría los caireles de un rabino: “Endogamia milenaria que termina en nosotros”. Va una tercia: “Los burócratas son los caciques del desencanto”; “Ari Volovich presiente que ha iniciado el lado B de su vida” y, para hacer rabiar aún más a la comunidad ortodoxa: “Ari Volovich recuerda con rencor el día en el que su prepucio fue degollado de un navajazo inesperado”.

Héctor Villarreal —y su alter ego Zektor Cerouno—, sociólogo y periodista avecindado en Villa Copa, suburbio al sur del Distrito Federal, coloca frases que ofrecen pistas para entender de otra manera la política, la cultura popular y la vida urbana. Las que cito a continuación pertenecen a lo que es sin duda un poema y al que he llamado “La saga de Vaqueritos” (la glorieta en Periférico Sur y División del Norte): “Una glorieta debajo de un paso a desnivel / partida a la mitad / donde nadie da vuelta / con una fuente sin agua / tiene un nombre que ha sido borrado”; “Sale del Hotel Vaqueritos / otra vez cruda y sin calzones / La Fresa está progresando / tiene galán con áibuc aifon y áipot / No le hizo ni cosquillas / pero va feliz / (cuando lo vea lo voy a atracar)”; “Dipsómanos y facinerosos / concupiscentes y rijosos / unos farmacodependientes y otros se la viven en el ocio / damas muy adiposas con actitud indecente / puro Bacachá con Big Cola caliente / otro baile en la casa popular”; “Bajan dos tribus de sus naves / unos son familia, otros de la treintaiséis / Puños, hebillas y piedras / sangre, saliva y lágrimas / Rucas y niños se la rifan al parejo / Estamos en La Cebada / (es a matar o morir) / un cerrón y una mentada / no se pueden quedar así”; “Aquélla de allá es la fresa / No habla con nadie de por acá / que porque se quiere superar / Su papá fue por cigarros, su mamá vende cuadernos / Viven de arrimadas en casa de su tía / Pero se cree superior porque es güera”; “Graban una novela frente al Hotel Vaqueritos / Por aquí no había nadie importante, desde que pasó Cortés / Llegan artistas famosos y una reina de Jalisco / ¡Tiene cintura y es alta! (es un milagro de dios) / Dice que qué asco y apesta / Tiene toda la razón”.

Otro asiduo del Facebook al que leo con frecuencia es Óscar Aparicio, que escribió esta verdad irrefutable: “El capitalismo ofende a muchos en cuanto a que no necesita de sus talentos para planearlo ni dirigirlo. En el fondo es una mezcla de miedo y desprecio. Sucede lo mismo que con Darwin. No ofende el hecho de provenir de micos, sino que aturde la noción de que la vida corre sin ningún fin orientado, ni un fin en sí mismo. Simplemente corre sin dirección ulterior o aparente”. Sabiduría en red.

Todo sobre Tonatiuh

A estas alturas Rafael Tonatiuh ya podría haberse hecho millonario y vivir rodeado de lujos extravagantes en una isla paradisiaca, como un gángster viejo y sabio, retirado ya de las malas andanzas y completamente recuperado de esa rara enfermedad que lo hace emprenderla a bastonazos contra el primero que se le cruce en su camino después de haber bebido medio litro de mezcal. Pero si sigue siendo un pobre diablo, es decir, un periodista honrado y un escritor underground, se debe a que sabe perfectamente que, como dice en una parte de su última novela, “demasiado dinero trae karma del mal”.
Tonatiuh tiene en su frenético haber varias películas y videos, entre los que destacan Amanecer en Disneylandia (1989) —a la que Jorge Ayala Blanco sitúa “en la mejor trayectoria de la sátira guiñol y el adefesio alternativo que enarbolaba el ultrajante John Waters”—, Carmina y Quetzalcóatl (1992), Electroperro funky-mix (1992) y Aztlantic City (1998), una parodia de la tragedia narcopolítica que hunde al país. Tonatiuh también funge de atípico disc-jockey especializado en la música más extraña del mundo (si nos atenemos a los criterios de la revista Re-Search!), es guionista de radio, televisión y cine (Un mundo raro, Armando Casas, 2001), babalao y, desde luego, un personaje inclasificable, bonachón y estrafalario.
En Gángster de ultratumba (México: Resistencia 2008) Tonatiuh pone al alcance de todo el público los secretos de la Cábala y de la física cuántica, debidamente dosificados para que el neófito no se atragante con tan profundos conocimientos (“Como es arriba es abajo”, le dijo Hermes Trismegisto a Albert Einstein). ¿Cuál es la razón por la cual todavía ningún visionario director de cine de Hollywood, de Francia, de Italia, de Lituania, de Bollywood, de Taiwán, de Corea del Sur o de Angola ha comprado los derechos para llevar esta magna obra a la pantalla? La respuesta es muy sencilla: porque no la conocen, y eso es culpa única y exclusivamente de la editorial, que es mexicana, tercermundista y alternativa (y que incluso quizá ya haya desaparecido). Gángster de ultratumba haría palidecer a ñoñerías como El código Da Vinci o la saga de Harry Potter. ¿Dónde está Alfonso Cuarón cuando más se le necesita?

Si su primera novela El cielo de los gatos (Moho, 1998) es, según el propio Tonatiuh, una obra “a-gogótica y llena de acción y filosofía barata, cuyos temas son sexo, religión, arte, espionaje, esoterismo, el sistema de ventas de mercadeo múltiple y la frigidez masculina”, Gángster de ultratumba es un thriller en el que retoma el esoterismo del judaísmo medieval para enfrascar a los protagonistas en una lucha en la que se juega, nada menos, el destino del universo. Bethzy y Alevy, una joven pareja de cachondos universitarios judeogringos de viaje a Las Vegas, serán presa de una doble posesión que los enfrentará en un primer plano como el mafioso Bugsy Siegel, creador de la ciudad del pecado en medio el desierto, contra su rapaz amante Victoria Hill, pero también como Samael, el ángel expulsado del cielo, y la hermosa y terrible Lilith. (Si con esto no se estremecen es que ustedes no tiene la más mínima noción de lo que estoy diciendo.)

Gángster de ultratumba es una obra iniciática —un tanto mafufa— que esconde un secreto que sólo será revelado a aquellos con un IQ de 115, por lo menos. Como dice el autor: No pierda tiempo: cómprela, diviértase y hágase rico. Estoy seguro de que Dios juega a los dados con Tonatiuh.


Nostalgia y hartazgo de la FIL

Apenas ayer era el imperio del bullicio. Hoy, lunes, a las 9 de la mañana, la ciudadela de los libros se ha convertido en una bodega vacía. Empleados y cargadores desmantelan los enormes stands de las grandes corporaciones editoriales. ¿Por qué le dicen stands y no puestos?, me preguntó el escritor angelino Rubén Martínez, de padre mexicano y madre salvadoreña. La sede de la Feria Internacional del Libro parece un pueblo abandonado en el que solamente se han quedado los viejos y los enfermos. En la mesa del área destinada a la firma de libros el jefe de los Centuriones —los encargados de la seguridad— da unos golpecitos al micrófono y se dirige a ellos parodiando la solemnidad de las presentaciones de las novedades editoriales: “Quiero agradecer a mis compañeros...” —jóvenes con walkie-talkie y tolete le aplauden imitando el ritual que se repitió tantas veces en la inaprehensible feria del libro. Ahí se sentó unos días antes Roger Bartra, homenajeado con el premio nacional de periodismo cultural, para estampar tan sólo un par de firmas. Y también un tal Yordi Rosado frente a racimos de chicas que no cesaban de aullar y gritar su nombre como si se tratara de los Beatles y nos encontráramos en plena década de los sesenta. Ésa fue la única vez que me sentí desconcertado durante la FIL. Ni siquiera me extrañó tanto la amistad que descubrí entre dos escritores de calidades tan dispares como David Toscana y Xavier Velasco o la charla entre Lydia Cacho y Saúl Hernández, el de Jaguares, titulada —ríase, yo lo hice descaradamente—: “La rebelión de las palabras. La literatura y la música como herramientas para transformar el mundo”.
Aunque se trata de una feria en la que todo cabe, esta vez no vi el stand —perdón, el puesto— de los neonazis morenos del año pasado. Pero sí a la Paty Chapoy autora de exitosos libros, el puesto de los dianéticos de Ron L. Hubbard y el de los fieles cubanos guevaristas. El libro La transición, de Aristegui y Trabulsi, se vende a 350 poco democráticos pesos. Homenajes, premios, conciertos, fiestas y celebridades de la A de Anagrama a la Z de Zurita se sucedieron durante una semana que se alargó nueve días. El absurdo: los mayores humoristas contemporáneos de este país fueron regañados por la Secretaría de Gobernación, trastocada en Inquisición medieval, por expresarse con palabras como “puñeta” o “mamón” en su programa de la Radio Universidad de Guadalajara. (Por cierto, ¿por qué Jis y Trino se juntan tanto con escritores y “humoristas” cuyo humor puede calificarse tapatíamente de cebo?)
Grandes escritores y periodistas célebres convivieron con periodistas y escritores que nunca serán leídos —no como ellos quisieran— y con engendros de la farándula metidos a escritores. Desde el puesto que comparten tres revistas culturales pude observar el muestrario interminable de visitantes. Viejos y nuevos amigos que se detienen y conocidos de siempre que pasan de largo. Edecanes que sonríen tratando de ocultar el fastidio. Y más famosos, los más discretos: Pamuk y Vargas Llosa. Entre gritos, silbidos y albures una turba de estudiantes de secundaria recorre los andadores de la feria. Los puestos tiemblan ante el paso de esas tribus temibles que parecen no haber apreciado un solo libro en su corta vida. Por suerte, uno podía encontrar un remanso en el puesto de Arlequín, donde el editor Felipe Ponce siempre tenía un tequila que ofrecer a sus invitados. Preparémonos ya para la siguiente.