miércoles, diciembre 23, 2009

Dos nuevos libros...




Salieron dos nuevos libros míos: El tamaño del ridículo, publicado por Ediciones Arlequín, y Sensacional de contracultura, por Ediciones Sin Nombre. Pronto estarán en circulación.

Aquí, algunos momentos de la presentación de El tamaño del ridículo en la pasada FIL, con Luis González de Alba, Vanesa Robles, Juan Carlos Núñez y Héctor Villarreal: http://composta.net/culturapirata/?p=1807

Los mayas, el Facebook, Tonatiuh, la FIL

Van los últimos artículos en Milenio Semanal...


Los mayas y los gringos

El colapso de la civilización maya, entre los siglos VIII y X, se debió a las constantes guerras entre los principales señores, más preocupados por construirse grandes templos y ofrecer inclementes sacrificios a los dioses que por resolver problemas inaplazables como la deforestación y la erosión, causada por ellos mismos; la dificultad para producir más alimentos para una población en rápido aumento y las prolongadas sequías que acabaron por volver hostil la península de Yucatán y vastas áreas de Centroamérica (Jared Diamond lo explica en Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen). A su llegada, los conquistadores españoles se encontraron con poblaciones dispersas que guardaban una vaga memoria del esplendor de su antigua cultura, que nunca llegó a formar un imperio unificado, como el azteca o el inca. Al contrario de lo que mucha gente cree, los mayas no fueron un pueblo amable y pacífico, pues las guerras entre los príncipes, según Jared, fueron “intensas, crónicas e irresolubles”. Por lo que hace a la astronomía, es cierto que con sus observaciones podían predecir eclipses, pero atribuían este fenómeno a una gran serpiente que devoraba al sol. “No hubo explicación de la naturaleza por la naturaleza misma, base de toda ciencia”, anota Luis González de Alba en su feroz artículo “Al carajo con Frida”.

Sin embargo, no son pocos los que se refieren a los mayas con añoranza y un respeto casi sagrado: “Debemos volver a nuestras antiguas culturas y rescatar su sabiduría”. En www.formarse.com.ar, uno de los muchos sitios que propagan charlatanerías y teorías de conspiraciones, se da cuenta de las “siete profecías mayas”, la primera de las cuales predice el fin del mundo. Si hemos de creer en ella, el 22 de diciembre de 2012 “el sol, al recibir un fuerte rayo sincronizador proveniente del centro de la galaxia, cambiará su polarización y producirá una gigantesca llamarada radiante. Por ello la humanidad deberá estar preparada para atravesar la puerta que nos dejaron los mayas, transformando a la civilización actual basada en el miedo en una vibración mucho más alta de armonía, sólo de manera individual se puede atravesar la puerta que permite evitar el gran cataclismo que sufrirá el planeta para dar comienzo a una nueva era, en un sexto ciclo del sol”. Una de las primeras imágenes de la película 2012, de Roland Emmerich, es la de unos mayas que se suicidaron al pie de una pirámide. Ha llegado el día fatal y las erupciones solares provocan un gran cataclismo que arrasa la superficie terrestre y todo lo que vive sobre ella. Una cinta grandilocuente concebida para aquellos que no tienen reparo en ver una y otra vez los clichés hollywoodenses más sobados. 2012 retoma escenas de otras películas como La aventura del Poseidón, Titanic, La tormenta perfecta, El día después y otras igualmente apocalípticas, con una producción multimillonaria y previsibles efectos especiales que cada vez deslumbran menos. Pero si los furiosos dioses mayas destruyen el mundo, el aún más terrible dios de la Biblia acudirá en auxilio de una pequeña parte de la humanidad, con la bendición del bondadoso y sacrificado presidente negro de Estados Unidos, la riqueza de los magnates rusos y la supertecnología del comunismo neoliberal chino. Embarcados en arcas gigantescas, con todo y parejas del reino animal, los humanos sobrevivientes arribarán a la costa sudafricana para fundar, por fin, la Gran América mundial. Joder.

El Facebook ilustrado

“Ari Volovich es el producto de una endogamia milenaria”, escribe en el estado de su Facebook este israelí-mexicano al que quizá usted ha leído en estas páginas. Tengo la impresión de que la mayoría de los usuarios de Facebook publica cosas que pueden parecernos anodinas, aunque también están los que despliegan ingenio y un talento literario que podría figurar en alguna antología poética o de aforismos. Muchos de los amigos con los que comparto esta red social han encontrado en ella el medio ideal para explorar temas intimistas o desplegar visiones del mundo. No creo equivocarme al concederles un valor más allá de la fugacidad del post cotidiano, de la ocurrencia o de la broma en una tarde ociosa.

Los aforismos de Volovich desatan reflexiones existencialistas. Al que cito al comienzo su hermano Ilán le responde con una contundencia que erizaría los caireles de un rabino: “Endogamia milenaria que termina en nosotros”. Va una tercia: “Los burócratas son los caciques del desencanto”; “Ari Volovich presiente que ha iniciado el lado B de su vida” y, para hacer rabiar aún más a la comunidad ortodoxa: “Ari Volovich recuerda con rencor el día en el que su prepucio fue degollado de un navajazo inesperado”.

Héctor Villarreal —y su alter ego Zektor Cerouno—, sociólogo y periodista avecindado en Villa Copa, suburbio al sur del Distrito Federal, coloca frases que ofrecen pistas para entender de otra manera la política, la cultura popular y la vida urbana. Las que cito a continuación pertenecen a lo que es sin duda un poema y al que he llamado “La saga de Vaqueritos” (la glorieta en Periférico Sur y División del Norte): “Una glorieta debajo de un paso a desnivel / partida a la mitad / donde nadie da vuelta / con una fuente sin agua / tiene un nombre que ha sido borrado”; “Sale del Hotel Vaqueritos / otra vez cruda y sin calzones / La Fresa está progresando / tiene galán con áibuc aifon y áipot / No le hizo ni cosquillas / pero va feliz / (cuando lo vea lo voy a atracar)”; “Dipsómanos y facinerosos / concupiscentes y rijosos / unos farmacodependientes y otros se la viven en el ocio / damas muy adiposas con actitud indecente / puro Bacachá con Big Cola caliente / otro baile en la casa popular”; “Bajan dos tribus de sus naves / unos son familia, otros de la treintaiséis / Puños, hebillas y piedras / sangre, saliva y lágrimas / Rucas y niños se la rifan al parejo / Estamos en La Cebada / (es a matar o morir) / un cerrón y una mentada / no se pueden quedar así”; “Aquélla de allá es la fresa / No habla con nadie de por acá / que porque se quiere superar / Su papá fue por cigarros, su mamá vende cuadernos / Viven de arrimadas en casa de su tía / Pero se cree superior porque es güera”; “Graban una novela frente al Hotel Vaqueritos / Por aquí no había nadie importante, desde que pasó Cortés / Llegan artistas famosos y una reina de Jalisco / ¡Tiene cintura y es alta! (es un milagro de dios) / Dice que qué asco y apesta / Tiene toda la razón”.

Otro asiduo del Facebook al que leo con frecuencia es Óscar Aparicio, que escribió esta verdad irrefutable: “El capitalismo ofende a muchos en cuanto a que no necesita de sus talentos para planearlo ni dirigirlo. En el fondo es una mezcla de miedo y desprecio. Sucede lo mismo que con Darwin. No ofende el hecho de provenir de micos, sino que aturde la noción de que la vida corre sin ningún fin orientado, ni un fin en sí mismo. Simplemente corre sin dirección ulterior o aparente”. Sabiduría en red.

Todo sobre Tonatiuh

A estas alturas Rafael Tonatiuh ya podría haberse hecho millonario y vivir rodeado de lujos extravagantes en una isla paradisiaca, como un gángster viejo y sabio, retirado ya de las malas andanzas y completamente recuperado de esa rara enfermedad que lo hace emprenderla a bastonazos contra el primero que se le cruce en su camino después de haber bebido medio litro de mezcal. Pero si sigue siendo un pobre diablo, es decir, un periodista honrado y un escritor underground, se debe a que sabe perfectamente que, como dice en una parte de su última novela, “demasiado dinero trae karma del mal”.
Tonatiuh tiene en su frenético haber varias películas y videos, entre los que destacan Amanecer en Disneylandia (1989) —a la que Jorge Ayala Blanco sitúa “en la mejor trayectoria de la sátira guiñol y el adefesio alternativo que enarbolaba el ultrajante John Waters”—, Carmina y Quetzalcóatl (1992), Electroperro funky-mix (1992) y Aztlantic City (1998), una parodia de la tragedia narcopolítica que hunde al país. Tonatiuh también funge de atípico disc-jockey especializado en la música más extraña del mundo (si nos atenemos a los criterios de la revista Re-Search!), es guionista de radio, televisión y cine (Un mundo raro, Armando Casas, 2001), babalao y, desde luego, un personaje inclasificable, bonachón y estrafalario.
En Gángster de ultratumba (México: Resistencia 2008) Tonatiuh pone al alcance de todo el público los secretos de la Cábala y de la física cuántica, debidamente dosificados para que el neófito no se atragante con tan profundos conocimientos (“Como es arriba es abajo”, le dijo Hermes Trismegisto a Albert Einstein). ¿Cuál es la razón por la cual todavía ningún visionario director de cine de Hollywood, de Francia, de Italia, de Lituania, de Bollywood, de Taiwán, de Corea del Sur o de Angola ha comprado los derechos para llevar esta magna obra a la pantalla? La respuesta es muy sencilla: porque no la conocen, y eso es culpa única y exclusivamente de la editorial, que es mexicana, tercermundista y alternativa (y que incluso quizá ya haya desaparecido). Gángster de ultratumba haría palidecer a ñoñerías como El código Da Vinci o la saga de Harry Potter. ¿Dónde está Alfonso Cuarón cuando más se le necesita?

Si su primera novela El cielo de los gatos (Moho, 1998) es, según el propio Tonatiuh, una obra “a-gogótica y llena de acción y filosofía barata, cuyos temas son sexo, religión, arte, espionaje, esoterismo, el sistema de ventas de mercadeo múltiple y la frigidez masculina”, Gángster de ultratumba es un thriller en el que retoma el esoterismo del judaísmo medieval para enfrascar a los protagonistas en una lucha en la que se juega, nada menos, el destino del universo. Bethzy y Alevy, una joven pareja de cachondos universitarios judeogringos de viaje a Las Vegas, serán presa de una doble posesión que los enfrentará en un primer plano como el mafioso Bugsy Siegel, creador de la ciudad del pecado en medio el desierto, contra su rapaz amante Victoria Hill, pero también como Samael, el ángel expulsado del cielo, y la hermosa y terrible Lilith. (Si con esto no se estremecen es que ustedes no tiene la más mínima noción de lo que estoy diciendo.)

Gángster de ultratumba es una obra iniciática —un tanto mafufa— que esconde un secreto que sólo será revelado a aquellos con un IQ de 115, por lo menos. Como dice el autor: No pierda tiempo: cómprela, diviértase y hágase rico. Estoy seguro de que Dios juega a los dados con Tonatiuh.


Nostalgia y hartazgo de la FIL

Apenas ayer era el imperio del bullicio. Hoy, lunes, a las 9 de la mañana, la ciudadela de los libros se ha convertido en una bodega vacía. Empleados y cargadores desmantelan los enormes stands de las grandes corporaciones editoriales. ¿Por qué le dicen stands y no puestos?, me preguntó el escritor angelino Rubén Martínez, de padre mexicano y madre salvadoreña. La sede de la Feria Internacional del Libro parece un pueblo abandonado en el que solamente se han quedado los viejos y los enfermos. En la mesa del área destinada a la firma de libros el jefe de los Centuriones —los encargados de la seguridad— da unos golpecitos al micrófono y se dirige a ellos parodiando la solemnidad de las presentaciones de las novedades editoriales: “Quiero agradecer a mis compañeros...” —jóvenes con walkie-talkie y tolete le aplauden imitando el ritual que se repitió tantas veces en la inaprehensible feria del libro. Ahí se sentó unos días antes Roger Bartra, homenajeado con el premio nacional de periodismo cultural, para estampar tan sólo un par de firmas. Y también un tal Yordi Rosado frente a racimos de chicas que no cesaban de aullar y gritar su nombre como si se tratara de los Beatles y nos encontráramos en plena década de los sesenta. Ésa fue la única vez que me sentí desconcertado durante la FIL. Ni siquiera me extrañó tanto la amistad que descubrí entre dos escritores de calidades tan dispares como David Toscana y Xavier Velasco o la charla entre Lydia Cacho y Saúl Hernández, el de Jaguares, titulada —ríase, yo lo hice descaradamente—: “La rebelión de las palabras. La literatura y la música como herramientas para transformar el mundo”.
Aunque se trata de una feria en la que todo cabe, esta vez no vi el stand —perdón, el puesto— de los neonazis morenos del año pasado. Pero sí a la Paty Chapoy autora de exitosos libros, el puesto de los dianéticos de Ron L. Hubbard y el de los fieles cubanos guevaristas. El libro La transición, de Aristegui y Trabulsi, se vende a 350 poco democráticos pesos. Homenajes, premios, conciertos, fiestas y celebridades de la A de Anagrama a la Z de Zurita se sucedieron durante una semana que se alargó nueve días. El absurdo: los mayores humoristas contemporáneos de este país fueron regañados por la Secretaría de Gobernación, trastocada en Inquisición medieval, por expresarse con palabras como “puñeta” o “mamón” en su programa de la Radio Universidad de Guadalajara. (Por cierto, ¿por qué Jis y Trino se juntan tanto con escritores y “humoristas” cuyo humor puede calificarse tapatíamente de cebo?)
Grandes escritores y periodistas célebres convivieron con periodistas y escritores que nunca serán leídos —no como ellos quisieran— y con engendros de la farándula metidos a escritores. Desde el puesto que comparten tres revistas culturales pude observar el muestrario interminable de visitantes. Viejos y nuevos amigos que se detienen y conocidos de siempre que pasan de largo. Edecanes que sonríen tratando de ocultar el fastidio. Y más famosos, los más discretos: Pamuk y Vargas Llosa. Entre gritos, silbidos y albures una turba de estudiantes de secundaria recorre los andadores de la feria. Los puestos tiemblan ante el paso de esas tribus temibles que parecen no haber apreciado un solo libro en su corta vida. Por suerte, uno podía encontrar un remanso en el puesto de Arlequín, donde el editor Felipe Ponce siempre tenía un tequila que ofrecer a sus invitados. Preparémonos ya para la siguiente.

sábado, noviembre 14, 2009

Replicante 21: México hacia el futuro


En la nueva edición de la revista cultural Replicante —que cumple cinco años— se aborda el tema “México hacia el futuro” desde las diversas perspectivas de conocidos analistas y escritores. En el editorial del número 21 la directora, Roberta Garza, escribe que “aparte de emigrar es poco lo que se puede hacer en un país en ruinas, donde los mecanismos de crecimiento ciudadano han sido acotados por el oportunismo o la indiferencia. Poco más que tratar de que el pasmo no nos invada del todo para pensar, escribir y tratar de entender cómo fue que llegamos a esto y cómo es que vamos a salir”. Esta preocupación es la que anima al historiador Ariel Ruiz Mondragón a preguntarle a siete especialistas su parecer sobre cómo podría evolucionar este país en veinte o cincuenta años. Le responden José Antonio Aguilar Rivera, Roger Bartra, Juan José Doñán, Luis González de Alba, Macario Schettino, Eduardo Valle y Heriberto Yépez.

El dossier continúa con proyecciones futuristas —“Un abrupto atardecer apocalíptico”, “Implosión mexicana” o “Seis pre-ficciones sobre México en 2060”, por ejemplo— de periodistas y académicos como Ernesto Priego, Martín Mora y Juan Carlos Núñez, entre otros, y las antiutopías literarias de Óscar Aparicio Castillo, Armando González Torres, Rafael Toriz, Héctor Villarreal y Naief Yehya, entre varios más, que especulan no solamente con aspectos políticos, económicos y sociales, sino también con lo que podría acontecer en los ámbitos de la ciencia y la cultura.

Como ya es costumbre, Jorge Aviña, ilustrador de El Libro Vaquero, aporta su punto de vista en “El Cómic Intelectual”, esta vez con “La suave patria”.

En la sección de “Apuntes y Crónicas” el periodista italiano Alberto Spiller narra las tragicómicas peripecias que le sucedieron en su primera visita a la Selva Lacandona poco después de la insurrección neozapatista; Fernanda Melchor reconstruye la historia del Quemado, un delincuente linchado por la comunidad de Playa Vicente, Veracruz; Joaquín Peón Íñiguez cuenta la biografía de Marcola, el personaje de ficción más truculento del Brasil contemporáneo, y a veinte años de la caída del Muro de Berlín Alicia Caldera y Kelly A.K. dan cuenta de la ciudad reunificada y revitalizada por la música, la cultura y las bicicletas. Además, crónicas sobre Nueva York, el nuevo cine de terror francés y el proyecto artístico landings.

El cómic “Los espantapájaros” de las argentinas Muriel Frega y Carina Maguregui forma parte de la sección “Reseñas y Noticias”, en la que se abordan con crítico desparpajo las novedades literarias, musicales, cinematográficas y del mundo del teatro y de la danza.

En “El Folletón” se retoma la polémica sobre la censura a la reciente novela de Gabriel García Márquez y se indaga por primera vez en México en el mito de la relación entre John Fante y Charles Bukowski. Rubén Aguilar escribe sobre las “Siete características de la cultura política nacional” y Marco Gutiérrez Durán trae a la memoria la última obra de J.G. Ballard.

Contenido de esta edición:

Portada de Brenda Solís
Gráfica de Kelly A.K., Richard Avedon, Alicia Caldera, José Luis Cuevas, Eko, Gilberto Escayola, Alex Garrick, Jofras, Orlando López, Gonzalo Martínez, Yasser Musa, José Clemente Orozco, Soid Pastrana, Frederik Peteers, Diego Rivera, Rubén Sassano, Chema Skandal, Héctor Villarreal

RESEÑAS Y NOTICIAS
4 a 32 LIBROS Y AUTORES: Contra el libro de texto / Nota(n) roja, de Marco Lara Klahr y Francesc Barata / Para leer a Sartori, de José Ramón López Rubí Calderón (coord.) / Leyenda Morgan (cinco casos de sensacional policiaco), de Jaime Muñoz Vargas / El último lector, de David Toscana / Cena entre chacales, de Said Estrella / Una isla sin mar, de César Silva Márquez / Cuaderno de los sueños, de Manuel Iris / Desmitificando a Bolaño: el publicista y el escritor / Gasolina, de Quim Monzó / ¡Cuba, Cuba!, de Ruben Cortés / Road Story, de Alberto Fuguet y Gonzalo Martínez / Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx / David Foster Wallace: doble suicidio / El estudio adecuado de la humanidad, de Isaiah Berlin / Los bárbaros, de Alessandro Baricco / En la carretera, de Jack Kerouac / La pantalla global, de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy / The Monster Show: A Cultural History of Horror, de David J. Skal / Buzón Hache: novedades en inglés, por Heriberto Yépez CINE La vida loca de Christian Poveda / La suerte de la fea: Megan Fox / Synecdoche, New York, de Charlie Kaufmann / Ghost in the Shell, de Mamoru Oshii TEATRO Luis de Tavira: ser visto como un dios LITERATURA GRÁFICA Las novedades, por Blumpi CÓMIC Los espantapájaros, de Carina Maguregui y Muriel Frega MÚSICA Behind every Mask, de Sleeper / Farm, de Dinosaur Jr. / 11:11, de Rodrigo y Gabriela / Prosa Sonora, de Javier Fernández DANZA El fin: Ballet Teatro del Espacio

APUNTES Y CRÓNICAS
34 El día que se hizo tarde para todos, Vanesa Robles
35 Saliva en el cielo. Crónica argentina de la gripe A, Mario Sandoval
36 Un hombre rubio y barbado en la Selva Lacandona, Alberto Spiller
39 Escritores, Juan Carlos Gallegos
40 Tiras cómicas, Gilberto Escayola
41 El documento Marcola, Joaquín Peón Íñiguez
44 El corrido del quemado, Fernanda Melchor
46 Berlín, la capital reunificada a través de los clubes, Alicia Caldera
47 Berlin calling, Kelly A.K.
49 Réquiem por Nueva York, Alexis Romay
51 El show del horror de Ricky (Gervais), Eduardo Huchín Sosa
54 ¿Nouvelle horreur vague? El nuevo cine de terror, francés Rodolfo JM
55 La salud de los cerdos, Camila Krauss
56 El antídoto landings, Marisol Rodríguez

PENSAMIENTO Y REFLEXIÓN
58 El comic intelectual, “Suave patria”, Jorge Aviña y Héctor Villarreal
60 Pensar e imaginar. México hacia el futuro. Entrevistas de Ariel Mondragón a José Antonio Aguilar Rivera, Roger Bartra, Juan José Doñán, Luis González de Alba, Macario Schettino, Eduardo Valle y Heriberto Yépez
64 Un abrupto atardecer apocalíptico, Manuel Guillén
66 Paso a pasito, Ernesto Priego
68 Implosión mexicana, Martín Mora
70 Directo hacia el fracaso, Eugenio Arriaga
72 Seis pre-ficciones sobre México en 2060, Juan Carlos Núñez Bustillos
74 Noticias del futuro. Otro México fue posible, Héctor Villarreal
78 Noticias del futuro. Reporte internacional, Óscar Aparicio Castillo
82 México: los años tempestuosos, Naief Yehya
86 El arte del cambio inadvertido, Nayar Rivera
88 Necrológica mexicana, Rafael Toriz
90 Las letras mexicanas en el 2040, Salvador García
91 Año 2050. No más laureles para Virgilio, Armando González Torres
92 Un futuro de caricatura, Hugo Hernández Valdivia
94 La ciencia en México en el siglo XIX, Claudina Domingo
95 Obra negra, Alberto Allende-Montesinos
96 La revolución de Balderas, Jesús Manuel Lomelí
97 Videopredicadores. Intelevisos o telectuales, Héctor Villarreal

EL FOLLETÓN
102 Siete características de la cultura política nacional, Rubén Aguilar Valenzuela
103 Los niños bien, de Fernando Nachón, en el contexto de la literatura posmodernista, Ilia Alvarado Sizzo
108 J.G. Ballard. Milagros de vida o el lenguaje de la disección de los vestigios, Marco Gutiérrez Durán
111 Futuro del novelista mexicano consagrado en el exterior, Adrián Curiel Rivera
113 La increíble y triste historia del guión desconocido y sus censores desalmados, Guadalupe Beatriz Aldaco
114 El mito de Bukowski y Fante, Daniel Herrera

Además, otros contenidos que no se incluyen en la edición impresa en www.revistareplicante.com

Replicante también tiene un blog: www.revistareplicante.wordpress.com, en el cual los colaboradores abundan sobre noticias y textos de actualidad.

La edición impresa se vende en las tiendas Sanborns, las librerías Gandhi, Fondo de Cultura Económica, Educal Libros y Arte y otros puntos de venta en todo el país. En Tijuana: Librería Sor Juana (www.tijuanalibros.com) y Librerías El Día. En Guadalajara: puesto de periódicos de Av. Américas y Morelos; Librería México y Cafetería El Sorbo (Plaza del Sol); Magazine Depot (Plaza Arboledas); Librería Ítaca (Marsella y López Cotilla).

Contacto: editorial@revistareplicante.com
Números anteriores: lectorio3@gmail.com

Textos atrasados!

Se me estaba olvidando el blog, je je... Aquí les dejo un montón de textos publicados en Milenio Semanal en las últimas semanas...


El viaje por la patria

Mi padre se fue de viaje al más allá, sin despedirse, hace siete años. Ahora que fue mi cumpleaños brindé también por el suyo. En algún momento me pareció ver su risa socarrona y hasta creí escuchar su voz ronca diciéndome: ¡Salud!

Fue casi al salir de la infancia cuando me di cuenta del glorioso significado de la fecha de mi nacimiento: 16 de septiembre. Y de la de mi padre e incluso de la de mi hermano un año menor que yo: exactamente el mismo día. Nunca dejó de asombrarme la precisión del cálculo paterno para que sus dos primeros vástagos nacieran, con 365 días de diferencia, en ese día de fiesta nacional.

Durante la adolescencia me enorgullecía el hecho de haber nacido en la misma fecha —146 años después— en la que un cura criollo, concupiscente y revoltoso, se atreviera a proclamar la independencia del vastísimo territorio de la entonces Nueva España. El 16 de septiembre significaba un día de fiesta y la celebración de nuestros cumpleaños por partida triple. Mi papá inventó, ocurrente como era, el Árbol de la Independencia, un pino navideño vestido con cintas de los tres colores patrios, pitos y espantasuegras y una pequeña bandera en la punta. Sólo una vez, por suerte, se le ocurrió a mis padres llevarnos al zócalo a festejar el grito. Jamás lo hubieran hecho, la escandalosa turba alcoholizada que celebraba tan solemne fecha con cohetones, huevos de harina estrellados en la jeta del primer incauto y manoseos descarados a las mujeres de sus prójimos me parecía más salvaje aún que los pobres indios y descastados que formaron las huestes del padre Hidalgo.

Entonces México era, para mí, un país extraño que sólo conocía a través de los libros de texto y algunas revistas, el Alarma!, entre otras, que compraba mi tía Amelia —las escondía en un cuarto de servicio pero yo entraba a leerlas durante dos o tres horas atroces—, además de los viajes que hacíamos en las vacaciones de verano a Torreón, en medio del árido desierto, donde nació una buena parte de mi familia. Cruzábamos en ferrocarril por el Bajío y el Altiplano pasando por míseros poblados donde los desarrapados lugareños mendigaban unas monedas o un poco de comida, la que nos sobrara. La mirada de agradecimiento de aquel niño de grandes ojos negros que devoró ansiosamente las cebollas con chile que nosotros habíamos despreciado me acompañó durante las largas horas que restaban del trayecto, lo mismo que la estrujante historia del niño violado por un gavilla de bandidos y abandonado en el monte, según le contó a mi madre una pasajera.

Las estampas que veía no se parecían a las de los libros escolares, con niños siempre sonrientes y bien peinados. Pronto desapareció el orgullo de haber nacido en esa fecha tan ilustre. A veces, mirando por la ventanilla del tren durante esas travesías interminables, me parecía ver hordas de indios y mestizos sudorosos y hambrientos desparramándose por los campos saqueando pueblos y ciudades, vengando su largo resentimiento, saciándose en la tersa piel de mujeres limpias y bien alimentadas, como en los aciagos días de la independencia, de la revolución, de la cristiada.

El día de mi cumpleaños se convirtió sólo en eso. Esperaba regalos y una fiesta divertida. Así fue durante mucho tiempo, hasta el malhadado día en que, en mi aniversario número treinta, una mujer a la que yo pretendía con el entusiasmo de un adolescente llegó a mi propio departamento, tan quitada de la pena, con otro hombre —extranjero, para más señas.


El éxito planetario de Abba

Después del estreno en Broadway de la comedia musical Mamma mia, en la revista salon.com se desató una encendida polémica entre muchos de sus lectores después de leer el artículo “Knowing me, knowing ABBA”, de Mary Elizabeth Williams. (La discusión en general mantuvo un buen nivel y destacaban por su ausencia los insultos y las descalificaciones, tan comunes acá en los caldeados foros virtuales de revistas y diarios.)

Cada año ABBA vende más de dos millones de discos, sus canciones son coreadas por distintas generaciones y forman parte del soundtrack de buenas películas nostálgicas como Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (Stephan Elliot, 1994), sobre dos drag queens y una transexual que se dedican a la comedia musical, y La boda de Muriel (P.J. Hogan, 1994), la historia de una chica gorda y poco agraciada obsesionada tanto con el matrimonio como con las canciones de ABBA —ambas cintas australianas, por cierto.

El éxito del cuarteto sueco comenzó en 1974 con el triunfo de “Waterloo” en el Eurovision Song Contest, en Brighton, Inglaterra. A esa enérgica pieza que comparaba la derrota de Napoleón ante las tropas inglesas en la campiña belga con una dulce rendición amorosa siguieron decenas de melodías con extraordinarios arreglos instrumentales, orquestales y vocales de aparente simplicidad, además de complejas técnicas de grabación en varias pistas. Las entradas a los conciertos en el Reino Unido, Japón y Australia se agotaban para ver y escuchar a un par de músicos virtuosos y bonachones, más bien feos, y a dos deslumbrantes mujeres —una rubia, la otra morena— de voces tersas y perfectamente acopladas ataviados con vistosas capas, overoles, minifaldas y botas que remedaban la indumentaria plástico-espacial de Los Supersónicos. La producción musical de ABBA incluía algunas baladas con títulos en español como “Fernando”, una historia de amor con una nostálgica referencia a la Revolución mexicana (“¿Te acuerdas aún de aquella noche fatal cuando cruzamos el río Grande?”), “Hasta mañana” o “Chiquitita” (la canción que José María Córdoba Montoya, el súperasesor de Carlos Salinas, le canturreaba a su amante Marcela Bodenstedt). Apenas 111 canciones grabadas en total que competían en ventas con las más de doscientas grabadas por los Beatles en los años sesenta y por los primeros lugares con las de otras superestrellas del pop anglosajón de la siguiente década.

M.E. Williams afirma que la música de ABBA es una mezcla de canto espiritual, romanticismo y franca sexualidad —escandinavos, finalmente. No por nada, dice, Madonna usa en “Hung up” la figura en el sintetizador de “Gimme! Gimme! Gimme!”, que es, a su vez, una imperiosa demanda de satisfacción sexual. Entre los comentarios al texto de Williams un lector deja muy en claro que en el universo del rock-pop anglosajón se encuentran de un lado grupos como los Beatles, The Who, Led Zeppelin o King Crimson —es decir, la vanguardia, la experimentación y la evolución—, y del otro lado los Bee Gees, ABBA, Michael Jackson y Madonna —o sea, la más pura esencia del pop: entretenimiento de calidad. Una clara división que por desgracia no existe en México, donde se venera a productos insufribles como Maná, Ely Guerra, Julieta Venegas o Belanova, entre otras ñoñerías.

No sólo Elvis Costello se declaró fan de ABBA —www.elviscostello.info—, también Kurt Cobain, así que no tengo empacho en admitir que ese cuarteto sueco es el mejor grupo pop de la historia.



Doggie Style

En 1982 las autoridades del Instituto Mexicano de Psicoterapia Psicoanalítica de la Adolescencia dirigieron una carta al estudiante Fernando Nachón. Vale la pena transcribirla toda, pero por favor coloque usted los sic donde lo crea conveniente: “Es consenso de tus maestros que tu participación es negativa, deficiente, escasa y que tiende a descontrolar el proceso de enseñanza en tu Generación. Debido a este tipo de participación, tu aprovechamiento es calificado irregularmente, pero tus maestros están de acuerdo en calificarlo como nulo, deficiente o desconocido en términos generales. Es cuestionable el que debas proseguir tu formación ya que de continuar esta actitud nos veremos obligados a responder a ella dándote de baja de la Institución”. Más parecido a un demonio que a un ángel, es cierto, Fernando Nachón finalmente fue expulsado por los directivos del IMPPA, a los que ya había logrado desquiciar. Admirador de Malcolm Lowry y de Bukowski, además de los antipsiquiatras Ronald D. Laing y David Copper, más tarde Nachón se titularía como médico cirujano en la UNAM.

Fernando Nachón (Ciudad de México, 1957) no figura en ninguna antología aunque ha publicado libros con títulos tan poco pudorosos como Muñeca, haz favor de quitarte el sostén (1985), De a perrito (1986), Diario de un pend*** (1988), Los niños bien (1998) y Cachetadas en las nalgas (2007), entre otros que sus fieles lectores atesoran con celo ejemplar. En 1995 su novela El libro del eterno retorno se publicó por entregas en el desaparecido suplemento sábado del diario unomásuno, dirigido entonces por el entrañable Huberto Batis, con quien Nachón a la postre tendría un triste desencuentro. Prolífico como pocos, guarda en cajones y discos duros decenas de escritos, poemas, novelas y ensayos como Siempre que orino pienso en algo importante, Los niños bien, Escalones de hielo gris y ¿Deben los filósofos fumar mariguana? Algunos de ellos han visto la luz en la caprichosa blogósfera y en sitios como El poder de la palabra (www.epdlp.com).

De a perrito es una novela vertiginosa, intensa, en gran parte autobiográfica, escrita en veintiocho días por un autor enfebrecido por el alcohol y poseído por unos celos lacerantes. La crítica neoyorquina Amy D. Prince, traductora de esa novela al inglés, escribe en el prefacio de la edición londinense (a la venta en Amazon) que “Doggie Style, en su combinación de irreverencia, ironía, humor y pathos, revela un mundo saturado de los iconos por los que Nachón se siente victimizado: el lenguaje, el sexo, la violencia, el odio y la banalidad. Un mundo que, a pesar de estar localizado en México, resulta muy familiar para cualquiera que viva en lo que conocemos como el mundo moderno”.

A Nachón le parece gracioso —lo es— que haya sido una judía neoyorquina quien se haya interesado en la traducción de su novela —hace ya dieciocho años— y un inglés musulmán el que se decidiera a publicarla apenas el año pasado. Escribe Prince en el prefacio que el lenguaje y el estilo de Nachón guardan semejanzas con el de Jay McInerney —autor de La historia de mi vida—: “Urbano, displicente, avezado en el caló callejero, Nachón plasma un paisaje deplorable pero no exento de humor: ‘Ah, qué bien se siente ser yupi... Puedo ir con mis amigos pobres, si quiero, y si no, puedo irme de reventón con los ricos. Pero, oh, destino, siempre acaban por correrme de los dos lados’”. Hay quienes desean expulsarlo también de la literatura mexicana.


Eko y Denisse

Coincidíamos en la redacción de sábado, cuando visitábamos al gran Huberto Batis. Eko y yo éramos privilegiados pues sus dibujos y mis textos aparecían en las páginas de ese suplemento dirigido con maliciosa sabiduría por aquel excelso pornócrata y editor que alojó sin miramientos a turbas de poetas, periodistas, narradores y otros desamparados.

Yo era —lo sigo siendo— un ferviente admirador de Denisse, una hermosa mujer de selvática cabellera y siempre desnuda —más que desnuda— con la que Eko extasiaba a una lúbrica generación de lecto-escritores. Las tiras fueron recogidas venturosamente en El libro de Denisse, con prólogo de José Luis Cuevas y una inquietante selección de textos de Andrés de Luna (Grijalbo, 1990), ellos mismos erotómanos de gran calado.

“Aprendí que dibujar excita a las mujeres”, confesaría Eko más tarde. “No me ven a mí, ven mis dibujos. Piensan que si soy capaz de dibujar esto, soy capaz de otras cosas”. La inaprehensible Denisse mostraba cada sábado las formas más extremas y terribles del erotismo. Voluptuosa y sádica, pero también frágil e incluso sumisa, era la representación perfecta de los delirios más lúcidos del Divino Marqués. “La voluptuosidad y el erotismo son materia del arte”, dice Héctor de la Garza, el nombre de Eko cuando deja las plumillas y la tinta a un lado. “La vida del artista también es materia del arte, sus obsesiones alimentan su obra, la disciplina y el rigor las definen”. Es cierto, en las aventuras en las que Eko obligó a participar a Denisse —y en las que el pícaro dibujante se solazaba—, el dibujo es perfecto, armonioso, como si hubiera sido trazado de una sola vez con una única línea que se prolonga portentosamente para dar aliento a personajes y escenas de lascivia impensable por su refinamiento y su crueldad inaudita. Varias veces, recuerdo, volví la vista una y otra vez al horizonte y después al papel para asegurarme de que la insólita imagen era real y que Denisse, poseída por bestias y demonios, llorando y rabiando de dolor y gozo, efectivamente era sujeto de indecibles torturas y placeres prohibidos.

A Eko se le ha acusado de pornográfico —a lo que nuestro artista responde con una sonrisa que podría parecer perversa— e, increíblemente, se le sigue censurando en nuestros días, como aconteció con su muestra Después de la orgía en un espacio de la mojigata colonia Condesa de la Ciudad de México. Escribe Eko: “Los dibujos que colgué en salón principal del Café 22 fueron descolgados. Los asiduos se escandalizaron de las imágenes explícitas de penes y coños que colgaban de las paredes. Hoy que podemos ver cotidianamente asesinatos y decapitados por miles, que escuchamos cómo la impunidad es la forma de relacionarse con la ley, ver el cuerpo humano y nuestra sexualidad es repudiado como un delito. Hasta que no seamos capaces de mirarnos no seremos capaces de enfrentar nuestros problemas. Estoy consciente de que mi obra, más que nada, exhibe los prejuicios y las limitaciones de la sociedad, y corro ese riesgo cada vez que expongo. Mi trabajo seguirá adelante, la censura no es una fuerza capaz de detenerme”.

Sus maestros, los míticos Josep Bartolí y Vlady, adivinaban ya esa perversión temprana y trataron de sublimarla predicando con las obras de Durero y Rembrandt, logrando con ello tan sólo convertir al púber artista en un virtuoso que parió a uno de los seres más bellos y entrañables de la gráfica contemporánea. Aquí está: eko-works.blogspot.com


El Gabo

Una fuerte amistad une a Gabriel García Márquez con el dictador de Cuba. Sobre el autor de Cien años de soledad confluyen los haces de potentes reflectores en estos días en que, por un lado, ha sido acusado de hacer apología de la pederastia y, por el otro, en que su vida ha sido revisada por Enrique Krauze en la revista Letras Libres de octubre a propósito de la aparición de Gabriel García Márquez. A Life, del profesor inglés Gerald Martin. Krauze señala pasajes olvidados u omitidos en esa “biografía oficial” del célebre Gabo y cree haber encontrado los verdaderos orígenes —no los contaré aquí— de su amor por Fidel Castro, su lealtad incondicional y la vista gorda o sus justificaciones ante crímenes, fusilamientos, escasez y racionamiento de víveres, ausencia de libertad de prensa y otras atrocidades comunes en el régimen totalitario más longevo del planeta. García Márquez ha preferido olvidar la frase de José Martí, tan querido en Cuba y tan usado por Fidel: “Contemplar un crimen en silencio es cometerlo”.

En “El comandante sí tiene quien le escriba”, un viejo artículo, escribí: “Durante la celebración de los cuarenta años de la victoria de los guerrilleros, el comandante Fidel Castro recibía en La Habana los cálidos elogios de dos premios Nobel, José Saramago y Gabriel García Márquez. ‘Lo sabemos, hay problemas en Cuba —declaró Saramago—. Pero los problemas de Cuba, Cuba los resolverá. En la buena dirección siempre, con todas sus contradicciones, sus tensiones internas...’ La ingenuidad y buena voluntad del escritor lusitano —que borra de un plumazo a los casi dos millones de exiliados cubanos, a los encarcelados y a los reprimidos con brutalidad—, en los linderos siempre de la ceguera y la estupidez política, contrastan con el untuoso pragmatismo que García Márquez ha desarrollado hábilmente a lo largo de su carrera de escritor y diplomático sin cartera. El escritor declaraba a la prensa: ‘Con Fidel me he quedado sorprendido: cada día más fuerte. Lo que más me ha llamado la atención de su discurso, y lo que menos se le nota, es que es un gran escritor’” (El dilema de Bukowski, Ediciones Sin Nombre, 2004).

Cito, si me permiten, un párrafo más de ese texto: “Gabo se ha cuidado bien de no mencionar jamás nada sobre la represión cotidiana, el hambre, los presos políticos, la debacle económica apenas paliada por el turismo, la guerrera aventura angoleña, la prostitución o el amañado juicio y fusilamiento del coronel Arnaldo Ochoa y los hermanos De la Guardia, chivos expiatorios en el escandaloso caso de la complicidad del gobierno cubano en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos. ‘Mi obsesión con diferentes estilos de poder es más que literaria: es casi antropológica’. Así explica García Márquez la intrigante cercanía con Castro. Pero, más que una obsesión, el escritor parece estar fascinado irremediablemente por el poder: mientras más avasallador y total, mejor; como las polillas que describen vertiginosas espirales suicidas en torno a una candela. Tomando como paradigma a Francisco Franco, Gabo escribió El otoño del patriarca durante su estancia española; la novela, paradójicamente, se publicó en 1975, el año de la muerte del longevo caudillo por la gracia de Dios. Debe añadirse, como dato curioso, que Franco y Castro, ambos de ascendencia gallega y situados en los extremos del espectro ideológico, mantuvieron un respetuoso y discreto silencio en relación con sus respectivas y monolíticas dictaduras”.


El otoño del pederasta

Los demonios de la censura
Aunque es uno de los fundadores y principales animadores de la Escuela Internacional de Cine y TV en San Antonio de los Baños, Cuba, Gabriel García Márquez y el cine han mantenido una larga relación mal avenida. De las películas inspiradas en sus relatos o incluso aquellas en las que el escritor colaboró como guionista no hay una sola que pueda considerarse una obra maestra de la cinematografía —la mayoría son producciones olvidables. Acaso una veintena o más títulos de cintas mexicanas y coproducciones entre Cuba, Colombia, Chile, Italia o Venezuela —desde En este pueblo no hay ladrones (Alberto Isaac, 1965) hasta El amor en los tiempos del cólera (Mike Newell, 2007)— sean suficientes para demostrar la ingratitud del séptimo arte con el afamado escritor colombiano. Entre las fallidas películas vinculadas a su pluma están, por ejemplo, La viuda de Montiel (Miguel Littin, 1979), Crónica de una muerte anunciada (Francesco Rosi, 1987) y Un señor muy viejo con las alas enormes (Fernando Birri, 1988), por no hablar de El amor en los tiempos del cólera, tedioso melodrama que mereció un Globo de Oro por mejor canción original... de Shakira.

La mala fortuna cinematográfica insiste en perseguir al Nobel colombiano, pues el proyecto de llevar al cine su novela Memoria de mis putas tristes se ha visto frustrado por ahora debido tanto a la protesta de la activista y periodista Lydia Cacho como a la demanda de Teresa Ulloa —directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe— contra “quienes resulten responsables por el delito de apología de la prostitución infantil y la corrupción de menores”. “Pensamos que [la cinta] lleva a naturalizar el fenómeno y pone en grave riesgo a todos los niños y niñas pobres de nuestra América Latina y el Caribe”, dijo Ulloa. En “Pedófilos preciosos y el Nobel” (El Universal, 5-10-09) Lydia Cacho también cuestiona a García Márquez por no expresarse respecto de la intención del gobierno del estado de Puebla de invertir en ese filme —en sociedad con las empresas Televisa y FEMSA— pues, según ella, sería “una apología fílmica de la trata de menores”. El enojo de la periodista es comprensible ya que fue el gobernador Mario Marín quien fraguó su secuestro y vejación en contubernio con el empresario y pederasta Kamel Nacif, denunciado por ella en su libro Los demonios del Edén (Grijalbo, 2005). Lydia Cacho estuvo a un paso de ser encarcelada por “difamación” y violada por presas que cumplirían las indicaciones de Marín y de Nacif, grabadas en la conversación telefónica de todos conocida. La labor de denuncia de abusos sexuales reales a menores que llevan a cabo Lydia Cacho y otras personas y organizaciones es necesaria y debe ser respaldada y protegida por el Estado, pero, como escribe el periodista español Pablo Santiago, autor de Alicia en el lado oscuro, “querer meter todo en el mismo saco (ficción, realidad, literatura, moral, hechos, opiniones) para avalar lo que piensa uno es intelectualmente insostenible”.

Ya en Los demonios del Edén Lydia Cacho había arremetido no solamente contra la novela de García Márquez, sino también contra Lolita, de Vladimir Nabokov; dos obras que, de acuerdo con la también escritora, subliman el abuso sexual infantil. En el breve y penoso capítulo “Succar leyó Lolita” Lydia Cacho cita a la periodista colombiana Sonia Gómez, quien reprocha a su célebre paisano no “haberse ocupado, a estas alturas de la vida, por contarnos historias que nos den luces para salir de esta noche negra de Colombia, donde los niños y especialmente las niñas, se han convertido en carne tierna para roedores humanos”. Para ella El Escritor debe ser la luz y la guía moral de la sociedad, nada menos, como también lo sugiere Cacho: “Otro premio Nobel, J.M. Coetzee, publicó un ensayo en El País, sobre esta obra de García Márquez y su relación con la pedofilia. Coetzee reflexiona sobre la insatisfacción moral que le deja este libro de Gabo; le compara con Kawabata y el Quijote argumentando que el final de Memorias (sic) es moralmente cuestionable. La pregunta a responder es ¿tienen o no escritores y artistas una responsabilidad moral por lo reflejado en sus obras y por cómo se utilicen?” Para Lydia Cacho la cuestión es tan simple como que la creación literaria y artística no debería abismarse en temas escabrosos ni hurgar en la psicología profunda de seres humanos imaginarios o de carne y hueso, en sus razones, delirios y motivaciones más hondas, sino que debería empeñarse en la creación de mundos y ficciones edificantes que no inquieten a los lectores ni, peor aún, los estimulen a mitificar o imitar conductas reprobables. Por ello sorprende que Lydia Cacho no la haya emprendido aún contra la Biblia por sus repetidos y sangrientos versículos cargados de crímenes, violaciones y atrocidades, ni contra escritores y cineastas como Shakespeare, Sade, Flaubert, Céline, Aguéev, Bukowski, García Ponce, Scorsese, Luna o Vallejo, entre una multitud de ilustres habitantes del enorme catálogo de la literatura y la cinematografía universal que pasarían, según su rasero personal, por apologistas del asesinato, la prostitución, la drogadicción, el adulterio... Para ella y para Teresa Ulloa una película como Memoria de mis putas tristes podría ser tan perniciosa o más que una red de pederastas en la vida real. Curiosamente, Lydia Cacho y la Coalición han pasado por alto que el gobierno de Puebla financió con 14 millones de pesos la película Arráncame la vida (Roberto Sneider, 2008), basada en el best-seller de la poblana Ángeles Mastretta y en la que Catalina Guzmán, de apenas quince años, se deja secuestrar y desvirgar por el prepotente y asesino general revolucionario Andrés Ascensio, ya casi en sus cuarenta.

Paradójicamente, podrían revertírsele los argumentos a Lydia Cacho pues al denunciar, describir y exhibir, como periodista, crímenes de pederastia, hace algo no muy diferente en su ámbito a lo que sus detestados García Márquez y Nabokov hacen en el suyo. ¿No podría Los demonios del Edén convertirse en fetiche u objeto de culto de algún perverso violador de niños? No importaría, al final de cuentas, si es ficción o información lo que se lee.

Historia de la pederastia —y algo sobre la paidofilia
Es una lamentable paradoja que en las instituciones encargadas de proteger y educar a la infancia y a la adolescencia se cometan con frecuencia toda clase de abusos contra ellos, en un contexto social de deficiencias y negligencia en la impartición de justicia que hace posible agresiones sexuales, violaciones, secuestros, tráfico de órganos, torturas y hasta asesinatos. Iglesias, jardines de niños, escuelas, hospitales, internados, academias militares y reformatorios son escenarios cotidianos de crímenes contra menores, muchos de los cuales quedan impunes.

Pablo Santiago expone en Alicia en el lado oscuro. La pedofilia desde la antigua Grecia hasta la era Internet (Madrid: Imagine Ediciones, 2004) una extensa y documentada historia de la pederastia. “En los medios de comunicación se confunde tanto pederasta como paidófilo como abusador de menores. Se ha obviado la etimología de las palabras. En la Antigua Grecia el erasta era el amante adulto (de 25 años o más) de los eromenoi (los menores amados, cuya edad de iniciación, de acuerdo con diversos autores, era de doce o de quince años)”, dice el periodista y escritor gallego. “Había relaciones sexuales consentidas y estaba permitido sólo en algunas ciudades-Estado. Tener relaciones con niños era delito y podía acarrear la muerte o el ostracismo. Pederasta sería pues el amante de menores con relaciones completas en sentido estricto, aunque la minoría de edad de hoy y la de la Antigüedad nada tienen que ver”. En cambio, sigue Santiago, el término “paidófilo —amigo de los niños, según su etimología— hoy debería aplicarse a quienes tienen esa atracción por niños o niñas pero no la ejercen, no buscan ni mantienen relaciones con ellos”. Aunque “hay menores seductores de adultos. Lo sé por conocimiento directo”, narra el escritor Luis González de Alba. “Uno de estos casos aparece en mi novela Cielo de invierno: un casi niño seduce choferes de taxis, de los llamados ruleteros en la ciudad donde creció porque siguen un circuito fijo. Siendo un pre-adolescente de gran belleza, siempre los consigue. Hasta que un chofer se le enamora y comienza a buscarlo rondando su casa” (“Paidofilia hay buena y mala”, Milenio, 11-10-09).

Si bien Pablo Santiago reconoce “la valentía de la autora de Los demonios del Edén por atreverse a escribir sobre algo tan peligroso en un país en el que la vida de un periodista, y más de una mujer, o de cualquiera en general, no vale demasiado”, sus objeciones son de peso: “El inicio de la confusión aparece en el capítulo ‘Protegidos por Wall Street’, donde Cacho, como la mayoría de oenegés que se benefician de este asunto, relaciona pornografía infantil con industria del sexo. ¿Qué tienen que ver Playboy o Larry Flint con la red de pornógrafos infantiles de Cancún? Los argumentos son retorcidos, falaces. Le faltan datos y rellena con lugares comunes. Hay una absoluta ignorancia sobre el fenómeno de la paidofilia y sus implicaciones a lo largo de la historia. Ante esta nueva cruzada, la industria del porno para adultos está más tranquila que nunca: ahora hay paidófilos por todos lados, son el nuevo terrorista emocional. Las fuentes que cita sobre abusos y efectos son tan escasas que no puede ser tomada en serio la parte final del libro”.

En su libro Los derechos de los malos (1998) González de Alba dice que “la minoría de edad concierne a dos negaciones: 1. La negación a decidir sobre el empleo del propio cuerpo. 2. La negación a decidir sobre la conducción del cuerpo social”. “Por la segunda negación”, continúa, “los menores no pueden votar. Por la primera, no pueden coger”. Un menor puede desear sexualmente a un adulto, ¿pero es normal que un mayor lo sienta por los menores? Pablo Santiago dice que “ésa es una pregunta que deben responder los científicos. Lean Cómo funciona la mente (2001) de Steven Pinker y que cada cual saque su conclusión. El fenómeno de las ‘Lolitas’, por ejemplo, trasciende Japón y se cuela en todas las teleseries y en los nuevos grupos musicales infantiles. Muchas obras literarias recogen esta pulsión humana...”

Vuelve la Vela Perpetua
Lydia Cacho y la directora de la Coalición Regional han pasado del activismo y la denuncia a una militancia que trae a la memoria los afanes censores en los años cincuenta de la Vela Perpetua, la Liga de la Decencia y la Unión Femenina Católica Cristiana, “quienes se atribuyeron la tarea de censurar las cintas y evitar la corrupción de la juventud”, escribe Evelia Reyes Díaz en “La censura a mediados de los años cincuenta del siglo XX” (Parteaguas, núm. 17, verano de 2009). Añade la investigadora: “En la defensa de la moral del cine hubo dos vertientes, una laica y una clerical, ambas con tintes conservadores”. En esos años la Iglesia y el Estado aseguraban que no condenaban el cine en sí “sino la inmoralidad del cine”, dice Reyes Díaz. El mismo papa Pío XII “habló de la importancia de vigilar al cine, puesto que era un muy importante medio con poder e influencia sobre la sociedad”. Dos de las películas que fueron prohibidas en 1954, por ejemplo, son Caballero a la medida, con Cantinflas, y La rebelión de las adolescentes, por considerarlas “ofensivas a la dignidad y a la decencia”.

En suma, frente a Marcial Maciel y otros de similar calaña, la acusación contra un par de escritores de hacer apología del abuso sexual es un despropósito que raya en el ridículo. Más seriedad, señoras.

De consulta indispensable:
Fernando M. González, La Iglesia del Silencio. De mártires y pederastas, México: Tusquets, 2009.
Pepe Rodríguez, Pederastia en la Iglesia católica. (Delitos sexuales del clero contra menores, un drama silenciado y encubierto por los obispos), Barcelona: Ediciones B, 2002. (Véase www.pepe-rodriguez.com).
Pablo Santiago, Alicia en el lado oscuro. La pedofilia desde la antigua Grecia hasta la era Internet, Madrid: Imagine Ediciones, 2004. (Véase www.aliciaenelladooscuro.com).


Comunistas en el túnel del tiempo

El Partido Popular Socialista de México (PPSM) expresa su amistad revolucionaria con Cuba y con partidos socialistas y comunistas del todo el mundo, así como su apoyo incondicional al Sindicato Mexicano de Electricistas, sin ningún reparo en la insultante riqueza de su corrupto líder Martín Esparza.

El PPSM no cuenta con registro electoral, y en su sitio —www.ppsm.org.mx— explica que “ese registro le fue anulado en dos ocasiones, ambas ya en la etapa neoliberal: en 1994 y en 1997, cancelándose así la viabilidad de la representación de la clase obrera en el Parlamento y dejando a ese cuerpo como monoclasista, con la sola participación de los representantes de la burguesía, con varios partidos que no se diferencian por cuestiones de fondo sino apenas de matiz”. El partido fue creado en 1948 por Vicente Lombardo Toledano, también fundador de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), que condujo de 1936 a 1941. De su maestro Antonio Caso aprendió Lombardo los principios del marxismo, y con él compartía la valoración del Manifiesto comunista como “el documento filosófico más importante de todo el siglo XIX”.

En su Declaración de principios el PPSM afirma que “lucha por la transformación del régimen social injusto que prevalece en nuestro país, para sustituirlo por un sistema socialista y comunista en el que se expresen la más elevada fraternidad y el humanismo más consumado”; —tome aire— “en el que se hayan erradicado para siempre las contradicciones entre clases sociales, la discriminación de todos los tipos y la explotación de unas personas por otras. Reemplazar al régimen capitalista por el socialista y comunista”, y continúa imparable con una prolija interpretación de las condiciones actuales de la lucha de clases en México y el camino a la transformación guiado, por supuesto, por la vanguardia del proletariado a la luz del “marxismo-leninismo-lombardismo”.

Un manifiesto que aparece en el sitio del PPSM —redactado en Cataluña por Colectivos de Jóvenes Comunistas: www.nodo50.org—, y que sería divertido de no ser por su anacronismo y tosco desconocimiento de la historia, es “Respondamos masivamente y con firmeza contra el anticomunismo en todas sus expresiones”, en el que “cuadros, militantes, amigos y simpatizantes de Partidos Comunistas y Obreros electos a parlamentos, entidades locales, direcciones de sindicatos y organizaciones de masas” denuncian a ciertas fuerzas políticas al servicio del capitalismo de distorsionar la historia al pretender “igualar el nazismo con el comunismo por medio de los intentos de proclamar el 23 de agosto ‘día de recuerdo de sus víctimas’”. (Se trata de una iniciativa del gobierno francés a la ONU para crear el “Día internacional del recuerdo de la trata de esclavos y de su abolición”, pues ese día de 1791 hubo una insurrección de esclavos en Santo Domingo.) El manifiesto citado también muestra su indignación por el cambio de nombre del “Día de la Victoria de los Pueblos” a “Día de Europa”, que celebra el 9 de mayo de cada año la entrada a Berlín en 1945 de las tropas estadounidenses y soviéticas —estas últimas un verdadero ejército de violadores en masa—. Ese año la antigua Unión Soviética empezó la instauración de regímenes totalitarios en todo el este europeo, muy semejante al que el Tercer Reich deseaba imponer al mundo. El de Stalin fue un fascismo que para entonces ya había cobrado millones de vidas. Ese es el tipo de comunismo que anima al PPSM.


Remember New’s Divine

No se ha sabido de alguna razzia reciente contra adolescentes y jóvenes en discotecas y centros de diversión en la Ciudad de México. No al menos como la del New’s Divine y el operativo que se le salió de control a la Policía capitalina y que causó la muerte a nueve jóvenes y tres uniformados. Hasta entonces esas vejaciones y extorsiones a jóvenes de escasos recursos —primero los pobres— eran muy frecuentes y toleradas por el jefe de gobierno Marcelo Ebrard (y por todos los anteriores gobiernos del PRD y del PRI), quien después de la tragedia declaró que hubo “graves errores” en ese operativo realizado la tarde del viernes 20 de junio de 2008, reconoció que esos acontecimientos son “indignantes” y “éticamente irresponsables”, se comprometió a aplicar la ley “para que no exista impunidad” y reiteró su solicitud a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) para que interviniera en las tareas de investigación.

En el boletín de prensa 155/2009 de la CDHDF se lee: “A un año de los acontecimientos [...] el Presidente de la CDHDF, Emilio Álvarez Icaza Longoria, exigió justicia ejemplar junto con los familiares y amigos de las víctimas, en lo que calificó como un caso paradigmático de violación de los derechos humanos de las y los jóvenes de la ciudad de México”, y que “A un año no hay responsabilidades penales definidas, no hay culpables penales definidos, y ese es el tema más grave”. Sin ruborizarse, Álvarez Icaza pasa por alto que fue él mismo el que exculpó a Marcelo Ebrard, atribuyéndole tan sólo “responsabilidad ética” al secretario de Seguridad y al procurador de Justicia, a quienes el jefe de gobierno pidió su renuncia —acto con el que pretendió restituir la moralidad de su autoridad.

Es pertinente recordar esto porque el 6 de noviembre el Senado definirá la terna de candidatos de la que saldrá el siguiente presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Álvarez Icaza, uno de los 27 aspirantes, es apoyado por quinientas organizaciones civiles (según el sitio emilioalvarezicaza.info, donde pide ayuda económica para su campaña), así como de personalidades como José Woldenberg, Denise Dresser, Clara Jusidman y Ernesto López Portillo, que a su vez son consejeros de la CDHDF.

Sin embargo, el respaldo no es unánime y hay quienes están convencidos —me incluyo— de que Álvarez Icaza no es un buen candidato a la presidencia de la Nacional. Las razones de esta oposición se han hecho públicas pero al parecer han pasado inadvertidas para sus entusiastas y muy políticamente correctos postuladores. Además de la exculpación de Marcelo Ebrard en el caso New’s Divine, Álvarez Icaza también cometió irregularidades e injusticias durante su gestión, como el cierre arbitrario del Centro de Atención Integral y Servicios (CAIS) que ofrecía servicios médicos, psicológicos y legales a sexoservidoras —y a sus familiares— del área de la Merced, históricamente vejadas y extorsionadas por la policía capitalina. El relato de esta clausura fue ampliamente documentado por la psicóloga y terapeuta Elvira Reyes Parra —y ex trabajadora del CAIS— en su libro Gritos en el silencio: niñas y mujeres frente a redes de prostitución. Un revés para los derechos humanos, publicado por Miguel Ángel Porrúa y, ojo, la Cámara de Diputados en 2007.

Álvarez Icaza, que nunca ha querido dialogar con sus críticos, no es el ombudsman que necesita el país. No defiende los derechos humanos, hace política: simulación.


Bartra y el diálogo

La explicación obvia a la estentórea interrupción de una conferencia es la intolerancia de quien se atreve a hacerlo y su voluntad de sabotear el diálogo o, peor, la de acallar al contrario. Tanto peor cuando ahora la circulación de ideas se ha acrecentado con la proliferación de foros electrónicos y virtuales en los cuales prácticamente todos pueden expresarse sin cortapisas. Aunque no siempre fue así. Durante el estalinismo —que aún pervive en Cuba y Norcorea— los disidentes eran señalados como traidores y cómplices del imperialismo o del fascismo —que a su vez hacían lo mismo con sus propios detractores. No había lugar para el debate ni para la reflexión, pero sí para el estigma, el encierro, el destierro o el paredón. Cuando López Obrador se dijo víctima de un fraude sus seguidores acusaron hasta de fascistas a quienes descreían del naciente mito. No había mesa redonda o presentación de libro en la que no se agazaparan para reventarlas sorpresivamente si se cuestionaba al gran perdedor de las elecciones.

Eso pasó hace unos días en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara durante la conferencia de Roger Bartra “La sombra del futuro”, que tuvo por corolario un infortunado alarido a favor del “presidente legítimo”. Además, antes de terminar su lectura Bartra fue increpado por alguien indignado hasta el infarto cuando el antropólogo recordó la evolución del sandinismo triunfante al autoritarismo y la corrupción. No importó que la exposición del autor de La jaula de la melancolía fuera equidistante de las viejas ideologías partidistas: lo mismo de la arcaica tradición nacionalista del PRI que del populismo y el conservadurismo de las izquierdas perredista y obradorista, así como de la escasa imaginación e inteligencia de la derecha en el poder.

“La derecha”, dijo Bartra, “con frecuencia establece una relación causal entre la erosión de valores éticos y la disolución del carácter nacional, ya que supuestamente la moral católica está profundamente enraizada en una identidad mexicana esencial”. “La izquierda, por el contrario”, leyó el académico, “cree que el país vive una terrible decadencia ocasionada por el grupo en el poder, constituido por un pequeño conjunto de políticos corruptos y de pseudoempresarios que no son más que traficantes de influencias”. “En el PRI”, continuó, “tratan de presentarse en la sociedad como si siempre hubiesen defendido la democracia y, libres de corrupción, hubiesen llegado para salvar a México de los conservadores y los populistas que han sumergido al país en un caos”, sin faltar esa “runfla de partidos parasitarios cuyo oportunismo sólo es superado por su incoherencia y su corrupción”.

Quienes lo increparon acataron con religiosa fidelidad los designios de una izquierda rezagada y virginal que se prohíbe discutir ideas diferentes producto de pacientes análisis. “¿Hay una alternativa de izquierda que no sea una derivación populista del viejo nacionalismo revolucionario?” Bartra plantea y responde a esa pregunta: “Hay algunos destellos esperanzadores de una opción socialista democrática moderna; una izquierda cosmopolita que retoma con fuerza el tema de la igualdad para inscribirlo en un contexto global, no nacional, como una propuesta concreta de limitar políticamente los daños que provocan los flujos mundiales de capital”. ¿De verdad fueron estas ideas las que provocaron tanta irritación, o esos “militantes” iban ya firmemente decididos a hacer el peor de los ridículos?


Michael Jackson y la niña

En Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX (1989) Greil Marcus habla de lo que podemos llamar el espectáculo total en la sociedad contemporánea: la televisión, los lanzamientos espaciales, las campañas políticas, los malls, las hazañas deportivas, los noticiarios, las guerras, las giras artísticas, el arte, los telepredicadores, los cataclismos. Ya Guy Debord había advertido contra el carácter “monstruoso” del espectáculo, una “película de horror”, un “Godzilla de la alienación” en La sociedad del espectáculo (1967), pero, escribe Marcus —en 1989—, a veinte años de su publicación las premisas del situacionista “suenan tan familiares como extrañas, sencillas y paranoicas, obvias y ocultas”.

Cuando en 1984 Michael Jackson lanzó Thriller no solamente vendió millones de discos, videos y parafernalia, creó también un completo sistema de mercantilización como nunca antes en la historia del pop. Quienes desearan asistir a los conciertos de la gira “Victory” deberían comprar por correo no menos de cuatro entradas, a 30 dólares cada una, sin que tuvieran la seguridad de que las recibirían pues se escogía a los clientes según su código postal. A los que no alcanzaran boletos se les reembolsaría el dinero, pero, dice Marcus, “mientras ese momento llegaba todos aquellos fondos serían retenidos e invertidos en pagarés a tres meses y los intereses acumulados serían para los Jacksons”. Jackson se convirtió en el entertainer más famoso del mundo y en el centro de la vida cultural estadounidense, adorado por Pepsi y por Reagan. No había parangón con ningún otro artista negro del pasado o del presente.

A diferencia de otros fenómenos del pop que perturbaron a la sociedad, como Elvis Presley, los Beatles o los Sex Pistols, que ensancharon los márgenes de la vida social, Michael Jackson anunció como su mayor logro el premio del Libro Guinness de los Récords porque Thriller había colocado siete sencillos entre los más vendidos que ningún otro LP; no el de haber inventado una nueva manera de bailar o, como se dice en esos casos, haber demostrado que la música es un lenguaje universal. Pero la gira no tuvo el éxito esperado y el show fue un tanto “apagado desde la primera noche”, recuerda Marcus. Cuando finalizó meses después en Los Ángeles algunos conciertos se habían cancelado por falta de público. ¿Qué había pasado? Una chica negra de once años de Lewisville, Texas, había enviado al diario local una carta abierta dirigida al Rey del Pop quejándose del sistema de ventas de boletos. La carta se reprodujo en todo el país y Jackson se vio obligado a fustigar su propio plan mercadotécnico. Le envió entradas gratis a la niña, pero fue demasiado tarde.

Jackson superaría ese escollo y vendería millones de discos más. Pronto se volvería una especie de mutante y sus demonios amenazarían el país de fantasía en que se había encerrado. Nada de esto se menciona en el reciente documental This is it, un largo videoclip que registra los ensayos para los cincuenta conciertos que ofrecería en Londres y en el que se enseña cómo organizar un espectáculo perfecto y total: la suma de todos los espectáculos. En la película el artista habla con cursilería de amor y de la necesidad de cuidar el planeta —aunque parece más convincente que los mercachifles del Partido Verde—, pero no existe en ella el lado oscuro de Jackson ni la tensión o la neurosis entre ensayos y preparativos. Sólo música, bendiciones, buenas vibras y amor.

domingo, septiembre 13, 2009

La cultura y la pistola


En la foto: Bertolt Brecht

En 1918 el estudiante Bertolt Brecht, de veinte años, escribió la obra teatral Baal como respuesta a El solitario, una obra escrita un año antes por el prolífico escritor, dramaturgo y poeta alemán Hanns Johst, en la que se contaba la vida del también autor teatral Christian Dietrich Grabbe, cuya breve vida cubrió las primeras tres décadas del siglo XIX y a quien casi cien años más tarde ensalzarían los nazis debido a su estridente antisemitismo. En aquella obra Brecht narraba la vida disipada de un joven vago envuelto siempre en escándalos sexuales y en un asesinato.
La frase “Wenn ich Kultur höre ... entsichere ich meinen Browning!” (¡Cuando oigo hablar de cultura, inmediatamente saco mi Browning!) es falsamente atribuida a Hermann Goering, Heinrich Himmler y Joseph Goebbels por igual. Yo también creía que la había dicho alguno de esos tres, hasta que mi amigo el filólogo René González me aclaró que pertenece a la obra de teatro Schlageter, de Hanns Johst, precisamente. Albert Leo Schlageter fue un héroe de la I Guerra Mundial considerado un mártir por los nazis, y al que Johst decidió homenajear con esa obra escrita para celebrar el arribo al poder de los nacionalsocialistas en 1933. La pieza se estrenó en el cumpleaños número 44 de Hitler, el 20 de abril. He aquí la escena en la que los jóvenes estudiantes Schlageter y Thiemann discuten mientras estudian para un examen:

SCHLAGETER: ¡Querido y viejo Fritz! (Risas). ¡Ningún paraíso logrará sacarte de tu alambrada de púas!
THIEMANN: ¡Por supuesto que no! ¡El alambre de púas es un alambre de púas! Yo sé contra quién me enfrento. ¡No hay rosas sin espinas! ¡Nunca me dejaré vencer por esas ideas! Conozco toda esa mierda del 18 [se refiere a la revolución de 1918], ¡fraternidad, igualdad, libertad, la belleza y la dignidad! Tienes que usar el anzuelo correcto para atraparlos. Y después, cuando te encuentras discutiendo te dicen: ¡Manos arriba! Estás desarmado..., ¡cerdo republicano! No, deja que mantengan una buena distancia con toda esa ideológica sopa de pescado... ¡Yo disparo con municiones reales! Cuando oigo la palabra cultura... ¡quito el seguro de mi Browning!
SCHLAGETER: ¡Qué cosas dices!
THIEMANN: ¡Da en el blanco!, te lo aseguro.
SCHLAGETER: Tienes un gatillo muy ligero.

¿Cómo pasó esa frase de la obra teatral a la boca de los generales de Hitler? No he podido averiguarlo, pero seguramente seguirá siendo citada como si la hubiera pronunciado cualquiera de ellos. Sin embargo, las atrocidades cometidas por los nazis antes y después de arribar al poder la validan como una práctica recurrente del Tercer Reich. El mismo Johst se unió en 1928 a la Liga Militante por la Cultura Alemana, fundada por Alfred Rosenberg, uno de los intelectuales más influyentes del Partido Nazi y a quien se le considera el forjador de las principales nociones del nazismo: la teoría racial, la persecución de los judíos, el espacio vital (lebensraum), la abrogación del Tratado de Versalles, el repudio al “arte degenerado” y el desarrollo de una nueva “fe nazi”. Por su parte, Johst fue nombrado en 1935 presidente de la Unión de Escritores y de la Academia de Poesía, expulsando inmediatamente al filósofo judío Martín Buber, aunque éste ya había renunciado en 1933 a su cargo de profesor honorario en la Universidad de Francfort en protesta por el ascenso de Hitler.
A la quema de libros siguió más tarde el exterminio de gitanos, judíos, comunistas y otros opositores al régimen nazi.

El monero troskista


En una entrevista con Fernando Rivera Calderón, en W Radio, Rafael Barajas, El Fisgón, mintió al afirmar que “la derecha” insiste en exigirle a la izquierda que se modernice, pues son más los intelectuales provenientes de la misma izquierda los que han planteado la urgencia de que esa opción del espectro ideológico replantee sus principios y abandone el pragmatismo vulgar que la ha marcado desde la derrota de Andrés Manuel López Obrador en julio de 2006. Sólo con criminal sevicia podría El Fisgón identificar con la derecha a Roger Bartra o a Luis González de Alba, y a muchos más aquí y en países como Francia y España. Es el mismo reclamo de Arnaldo Córdova: “¿Por qué todo mundo quiere una izquierda perfecta, que sea inteligente, culta, preparada, decente, de buenas maneras, justa, éticamente buena, coherente en sus ideas y sus planteamientos, pacífica, no rijosa, dispuesta a ponerse siempre de acuerdo con sus oponentes y con olor a santidad?” (La Jornada, 3-II-08). La izquierda [del PRD], dice Córdova, “es corrupta, traidora, incapaz de llegar a acuerdos, violenta, oportunista, carente de valores éticos y buenas propuestas”, aunque, patriarca bonachón al fin, se conforma: “nunca será como yo quisiera que fuera; la izquierda es lo que es y punto” (La Jornada, 26-VIII-07).
La izquierda debe renovarse sencillamente porque es conservadora y porque está lastrada por mitos y tradiciones de raigambre nacionalista-revolucionaria —priista— que ha adoptado como suyos: el mito fundacional de la Revolución y el mito del petróleo de la nación, por ejemplo. La izquierda ha dejado de pensar y se solaza en la mezquina lucha por el poder. Daniel Innerarity escribió, a propósito del fracaso de los socialistas en las recientes elecciones europeas, que “si la izquierda no se renueva en este plano [el papel de las ideas en política] seguirá sufriendo el peor de los males para quien pretende intervenir en la configuración del mundo: no saber de qué va, no entenderlo y limitarse a agitar o bien el desprecio por los enemigos o bien la buena conciencia sobre la superioridad de los propios valores” (El País, 28-VI-09).
El 4 de julio de 2006 El Fisgón —con su demodé estilo de dibujo— mintió en su cartón de La Jornada en el que un paisano le reclama a Luis Carlos Ugalde que en el conteo rápido faltan tres millones de votos, cuando todos los partidos sabían del archivo de inconsistencias. No obstante, El Fisgón sigue divulgando el mito del fraude en casi cada edición de El Chamuco, como en su historieta “El estado que guarda la nación justo antes de 1810, 1910 y 2010” (no. 180). En ella establece forzadas similitudes entre las vísperas de la guerra de Independencia de 1810, la revolución de 1910 y el 2010, y aventura una nueva revolución de la cual, reza, “Sólo queda esperar que sea pacífica”.
De anacrónica fe troskista —el marxismo es una confesión—, habría que preguntarse si El Fisgón no sudó frío al ver el gran retrato de Stalin en el Zócalo repleto de obradoristas y si no le causa escozor la obvia gestualidad mussoliniana del líder tabasqueño. Defensor de los pobres, a los que traza siempre con gastados estereotipos, El Fisgón no tuvo empacho en cobrar una carretada de billetes a Carlos Slim por la museografía de la colección de Carlos Monsiváis en el Museo del Estanquillo ni en haber sido becario de la imperialista Fundación Guggenheim. ¿Cómo? ¡Si al proletariado se le defiende mejor desde la exquisitez y la holgura burguesas!

La ciencia nazi


En la foto: experimento nazi para tratar de aclarar el cabello de los niños con luz.

El Tercer Reich, que debería haber durado mil años, según Hitler, fue un apretado periodo —1933 a 1945— de terror e irracionalidad. El precio por haber inventado el arrogante mito de la supremacía aria y sus deseos de conquistar el mundo fue una estrepitosa derrota y el suicidio del Führer —enfermo de Parkinson, frustrado y enloquecido por la debacle—, de su mujer Eva Braun y de sus más allegados colaboradores.
La locura también alcanzó a la ciencia y la tecnología. La proximidad de la guerra aceleró la investigación encaminada a construir una bomba atómica antes que los aliados y a desarrollar poderosos aviones, tanques, submarinos y bombas, y es cierto que lograron avances considerables gracias a la enorme ventaja que le habían dado eminentes científicos como Wilhelm Roentgen (Premio Nobel en 1901), David Hilbert (matemático), Max Planck (Premio Nobel en 1918), Fritz Haber (judío, Premio Nobel en 1918), Max Born (judío, Premio Nobel en 1954), Wolfgang Pauli (Premio Nobel en 1945), Werner Heisenberg (Premio Nobel en 1932) y, entre muchos más, nada menos que Albert Einstein (judío, Premio Nobel en 1921). En la Alemania de entreguerras, a pesar del antisemitismo rampante, los judíos eran ciudadanos como cualquier otro y estaban lejos de mostrar el más mínimo indicio de inferioridad: la población judía era de apenas 600 mil personas pero su presencia entre el profesorado era de entre 20 y 25 por ciento en las ramas de ciencia y física. A la llegada de los nazis al poder las universidades fueron purgadas de profesores y científicos judíos o casados con judíos o con algún ascendiente judío, muchos de los cuales lograron huir a Inglaterra y Estados Unidos, donde prosiguieron sus investigaciones. La investigación, sobra decir, quedó en manos de científicos que colaboraron con los nazis.
El físico holandés-estadounidense —y también de origen judío— Samuel Goudsmit (1902-1978), fue el director científico de la Operación Alsos (“arboleda”, en griego), una rama del Proyecto Manhattan que fue creada para investigar el proyecto alemán de energía nuclear y tratar de averiguar hasta dónde llegaban los progresos nazis en la fabricación de una bomba atómica. En su libro Alsos, publicado en 1947, Goudsmit asegura que los alemanes fracasaron porque la ciencia no puede florecer en un Estado totalitario —la Unión Soviética fabricaría su primera bomba en 1949 con tecnología robada a los estadounidenses: dos científicos espiaban en Los Álamos para Stalin— y porque los alemanes no pudieron comprender cabalmente cómo hacer una bomba atómica. A la fecha sus tesis se siguen discutiendo.
En Los científicos de Hitler. Ciencia, guerra y pacto con el diablo (Paidós, 2005), el historiador inglés John Cornwell repasa con mayor amplitud el tema y recoge anécdotas y casos como el de Fritz Haber, que desarrolló armas químicas durante la I Guerra Mundial y a quien Hitler repudiaría después por su origen judío, o el de los físicos Philipp Lenard y Johannes Stark (Premios Nobel en 1905 y 1919, respectivamente), que declararon la guerra a la “física judía” y apoyaron entusiastamente no sólo la expulsión de los judíos, sino experimentos aberrantes en aras de la “higiene racial”. Cornwell cuenta la famosa anécdota de la logia Deutsche Physik (“física alemana”) y su panfleto Cien científicos contra Einstein y la ingeniosa respuesta del autor de la Teoría de la relatividad: “¿Por qué cien?, si hubiera estado equivocado habría bastado uno solo”.

El mito de la raza aria

El antisemitismo —entre otras razones— en la Europa del siglo XIX llevó a algunos pensadores a buscar en otra parte que no fuera el Edén bíblico el origen de la humanidad. Voltaire creía que “todo nos había llegado de orillas del Ganges”, dice Joscelyn Godwin en El mito polar (Girona: Atalanta, 2009). Kant simpatizaba con esta idea pero ubicó en las alturas del Tíbet la cuna del género humano, lo mismo que Herder. Buffon también rechazaba la autoridad bíblica, pero no acertaba a proponer el lugar de origen del hombre. Esta “indiofilia” o nostalgia por el Este inspiró ciertos trabajos de Nietszche —admirador de la Persia del Zend-Avesta—, Schopenhauer y Wagner. De esta manera los románticos alemanes trataban de romper los “grilletes judeocristianos”, lo que también los hizo revalorar a las primitivas tribus teutónicas y a sus descendientes, los godos, causantes en buena medida de la caída del Imperio romano.
Pero, ¿de dónde habían venido esas tribus? Las investigaciones asiáticas de la British School of Calcutta ofrecían un mundo muy atractivo y, para muchos, superior en términos morales y filosóficos al bíblico. Los alemanes vieron ahí la oportunidad de vincular sus orígenes a la India y romper los lazos con los mitos semíticos y mediterráneos. La filología y la lingüística enseñaban que las lenguas europeas tenían un origen común en un antiguo idioma del norte de la India, el sánscrito —en realidad, el indoeuropeo—, y que el hebreo, por tanto, no era la lengua madre. En Sobre la lengua y la sabiduría de los indios Friedrich von Schlegel reflexionaba en torno a cómo pudo llegar la influencia india a Escandinavia y dar forma a sus lenguas; apuntaba que los antiguos indios veneraban el Norte y la montaña maravillosa de Meru, localizada en el Polo Norte. Schlegel concluía que los indios y los nórdicos eran parte de una sola raza y así, en 1819, los bautizó con el nombre de arios —como Herodoto llamaba a los antiguos persas: arioi—, y no sólo eso, sino que relacionó etimológicamente ese vocablo con la palabra alemana Ehre, que significa “honor”. De este modo, los alemanes y sus ancestros, los indios, escribe Godwin, “resultaron el pueblo del honor por excelencia, la aristocracia de la raza humana”.
Este tipo de estudios continuó con autores alemanes que ensalzaban los orígenes indogermánicos y colocaban a Zoroastro por encima de Moisés. Uno de ellos, Christian Lassen, comparó a los “honrosos indoeuropeos germánicos” con los “egoístas y afilosóficos semitas”, mezclando en su libro Antiguas enseñanzas de la India (1847) los explosivos ingredientes del mito de la superioridad racial: la raza blanca es más fuerte y biológicamente superior. Posteriormente, entre 1850 y 1860, el filólogo Max Müller propuso el uso general del término ario en vez de indogermánico para incluir a británicos, franceses y otros pueblos europeos. La tajante división entre ario y semítico pasó a formar parte del bagaje intelectual de la Europa decimonónica.
Por ese entonces la teoría de la evolución de Darwin ya era popular entre la intelectualidad, y una parte de ella adaptó de manera mecánica y oportunista a los postulados racistas las nociones de la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto. En su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, de 1855, Gobineau lamenta que debido al mestizaje la raza blanca había perdido su pureza. En la segunda década del siguiente siglo los nazis creían que la hora de la purificación estaba ya muy cerca.

domingo, agosto 23, 2009

Peter Hook en Guadalajara




Eugenio Arriaga organizó una comida para Peter Hook y tuvo la amabilidad de invitarnos. Un tipo sencillo y buen platicador. Me preguntó si conocía buena música típica colombiana —cumbias y eso— porque va a Bogotá, y le recomendé al salvajón Alfredo Gutiérrez y los Corraleros del Majaguar y, desde luego, a Joe Arroyo —le hice una lista porque no se iba a acordar. También irá a Buenos Aires, y le dije que allá buscara cumbias villeras. En fin, cada quien sus gustos.
Le di un par de Replicantes y me pidió que las firmara, después de haberme firmado el Technique para Wences. (Aquí está la prueba, Wences, ya pronto te daré el disco...) Y se llevó las Replis, no las dejó por ahí abandonadas como hizo el mamón de Volpi cuando le di una... (Las fotos son de Martín Mora)

Roberto Vallarino


Morir a los 47 años es despedirse demasiado rápido de este mundo. Roberto Vallarino tenía esa edad cuando partió, aunque ya era dueño de una copiosa y variopinta obra que abarca periodismo cultural, ensayo literario, novela, narrativa, poesía e incluso literatura infantil —y que hoy, nadie lo dude, sería tan avasallante como necesaria. En su compilación de ensayos Textos paralelos, a propósito de El tañido de una flauta de Sergio Pitol, escribió que “una de las finalidades de la novela contemporánea es dotar al mundo real de significados inéditos y proposiciones diversas a través de los elementos del mundo ideal, imaginario, voltímetro y potencia de todo artista verdadero” (México: UNAM, 1982). A pesar de su espíritu beligerante, este sonorense nacido en 1955 era uno de esos artistas verdaderos y muy temprano ofreció muestras de talento y sensibilidad. Tenía veinte años cuando un jurado integrado por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Juan José Arreola y Héctor Azar celebró y premió su obra poética, a la que consideró “una de las más novedosas de habla hispana”.
Fue fundador de Cuadernos de Literatura, editor, corresponsal para el unomásuno de la guerra entre Irak e Irán en 1984 y autor de una memorable entrevista a Octavio Paz en la que el Nobel mexicano habló hasta de rock, ese “gran acto de comunión” (véase su libro póstumo Sendas de tinta, colección Periodismo cultural, Conaculta, 2006).
La noche en que lo velaron, cuenta su amigo Cosme Álvarez en su bitácora electrónica, coincidieron poetas y artistas, entre ellos un estruendoso José de la Colina, que contaba con aspavientos algunas anécdotas del escritor fallecido, y un ensombrecido Juan García Ponce en silla de ruedas que no apartaba su triste mirada del féretro donde yacía su protegé (cosmeal.blogspot.com), que gustoso se habría levantado a brindar con ellos por su viaje al más allá.
Su esposa, Adriana Moncada, recuerda que a Paz “nunca le pareció que Roberto ejerciera una crítica irónica y mordaz”, y que “le sugería no escribir mal sobre nadie ni nada” (Milenio, 19-IV-08), pero ése fue un consejo que Vallarino casi nunca siguió. Incendiario, provocador, Roberto Vallarino reivindicaba el derecho a defender con los puños sus ideas ante las no pocas mentes obtusas que medraban en el ámbito de la cultura mexicana. Una vez llegó a la casa de García Ponce, ahí estaba un joven aprendiz de editor y teórico marxista —hijo de un académico de renombre— que se había atrevido a proferir alguna habladuría sobre él. Vallarino saltó por encima del sofá persiguiendo al aterrorizado insolente, a quien finalmente le asestó un par de madrazos para enseñarlo a decir las cosas de frente. García Ponce, divertido, le perdonó el quijotesco lance.
Nos vimos pocas veces. Roqueros al fin, invité a Vallarino a la discoteca El Nueve —of all places—, donde, encaramado en un alto escalón, prodigaba copas a sus amigos y se balanceaba al ritmo del new wave de los ochenta. Por esos días regenteó durante unos meses El Club del Algodón, como él rebautizó a la conocida tienda de discos Hip Setenta, al sur de la Ciudad de México, donde brindamos con recelo respetuoso.
Minado por la diabetes, Roberto Vallarino murió en 2002. Su poema “Otra premonición” podría ser muy bien el corolario de su breve e intensa vida: “Y sé que cuando muera/ muchas voces dirán/ el exceso terminó con su vida,/ con sus sueños./ No saben que el exceso/ alimentó esta vida/ y estos sueños”.